Amaral en Madrid

Las figuras alegóricas siempre me han parecido muy útiles a la hora de articular una realidad. Son rápidas y visuales, y en este momento en el que se imponen los medios audiovisuales sobre cualquier otra forma de expresión, es muy fácil conectar con ellas. Escuchar a Amaral nos traslada a una noche de tormenta eléctrica, a un vendaval agitando las ramas de un centenario sauce llorón. Nos evoca un paisaje dualizado, tanto sobrecogedor como calmante, guitarras suaves y ritmos violentos.

 

Toda esta avalancha de estímulos se deshacía en gritos de júbilo, alivio y desahogo la pasada noche del 28 de octubre en el Palacio de los Deportes de Madrid; cuando el público recibía gustosamente al grupo de Zaragoza en el concierto fin de gira de su último trabajo de estudio, Nocturnal Solar Sessions. Este proyecto, que empezó con la elaboración del disco Nocturnal, desembocó a modo de variaciones en el segundo, y significó según sus propias palabras un “salto al vacío”, que, puede que para algunos fuera sorprendente, resultó siendo muy bien acogido. Tras el nacimiento de este último álbum, Amaral se embarcó en una gira nacional y europea para dar a su público la oportunidad de disfrutar de su nueva música una vez más; y este viaje que empezó hace ya más de un año tocaba a su fin la otra noche culminando y completando el círculo con la grabación de una disco en directo y su correspondiente película.

 

Una de las cosas de las que más se puede disfrutar viendo a Amaral en concierto es la energía inagotable de la cantante, pues en ningún momento de las dos horas y media de espectáculo se detuvo a respirar, exprimiendo hasta el final el concierto haciendo alarde de su voz para la alegría y goce de un público de todas las edades entregado. Porque esa es otra. Creo que puedo afirmar que después de casi veinte años en la industria musical, y después de años y años componiendo canciones que han llegado muy lejos, Amaral se ha convertido en la voz de varias generaciones: la de aquellos que les vieron nacer en los noventa, y, como ellos mismos admitieron durante el concierto, de los hijos de estos que también crecieron escuchándoles. Personalmente debo incluirme en este segundo grupo, y mencionar que si mi generación se marcó en su infancia por algún grupo musical nacional, ese fue Amaral con su disco «Pájaros en la cabeza».

 

Por eso en el Palacio de los deportes pudo verse a grupos de amigos de distintas edades, jóvenes y adultos, incluso niños que acudirían a su primer concierto, en cuyo caso la vocalista les dedicaría la canción «Salta» que tocó en acústico. Durante la noche, el grupo deleitó a los asistentes con canciones que fueron desde las nuevas producidas en el último ciclo hasta su recóndito repertorio discográfico, destacando una de las primeras que compusieron al llegar a Madrid: «Un día más».

 

A pesar de que la gira se puso en marcha gracias a Nocturnal y que las canciones que más interesaba poner sobre los escenarios eran las nuevas, fue imposible disimular los gritos cuando sonaban las primeras notas de la armónica que daban paso a las canciones que formaron parte de Pájaros en la cabeza (probablemente su álbum más conocido), y si la gente no estaba ya totalmente entregada (que sí lo estaba), toda clase de cordura se perdió al cantar «Marte, Sebas, Guille y los demás», «El universo sobre mí» o «Días de verano».

 

Lamentablemente la noche llegaba a su fin después de que, muy agradecidos, Eva Amaral y Juan Aguirre dedicasen unas palabras de cariño a sus seguidores que respondían con aplausos y gritos; y una vez dicho esto sonaban los primeros acordes de «Hacia lo salvaje». Pero ante la sorpresa de unos y sin la impaciencia de otros, una vez acabado el que se ha convertido en un esperado bis que contó con «Llévame muy lejos» y «Sin ti no soy nada», aparecieron de nuevo en el escenario una vez más para pedir el reconocimiento de todo el equipo que puso en marcha el espectáculo cada noche y para tocar, entonces ya sí, una última canción. Se llamaba «Nadie nos recordará».

Texto y fotografías: Marina Robredo Neyra

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